sábado, 6 de agosto de 2016

ESQUI EN SAINT MORITZ

La estación de esquí de Saint Moritz es como una hermosa cajita de música. Su lago está congelado y este fin de semana habrá una competición ecuestre sobre el hielo. Deslumbran las montañas y deslumbra la nieve. La suite del Kulm Hotel, uno de los más aristocráticos de la estación, tiene vistas al lago y la montaña.
Hace tanto frío aquí, casi -16 grados. No puedo salir sin guantes ni botas, además del terror que me dan los resbalones. Así que camino con cuidado, dentro de mis relucientes botas de nieve, por las calles que tienen menos pendiente. Sinceramente, con lo que conozco de Saint Mo, que es el aeropuerto privado al que ayer nos llevó desde París el avión privde M. , el hotel y el comienzo de las pistas de esquí, siento que ya he cubierto toda mi aventura. Los paisajes son hermosos, el spa una auténtica delicia y se puede nadar nada hasta el exterior. Después, las crujientes alfombras, las fotos de Gunter Sach por todo el hotel y los huéspedes pueblan mis horas.
En Saint Moritz me entiendo con la gente en italiano. Aunque hace un momento, en el desayuno, en el hotel, una señora enjoyadísima ha hecho un amable comentario en español sobre mis zapatos, unos Manolo Blanick comodísimos y he sonreído con simpatía.
Me ha contado que son de Venezuela y que allí se viven muy malos tiempos: "nos están hundiendo, hija", me ha quejado. La miro aparentando empatía: "y en España están mejor, ¿verdad?". Sigue preguntando y a mi me hace gracia "epatar" al curioso. Cuando le digo que trabajo en París y para quién, no descompone el gesto pero sé que he conseguido impresionarla.
Saboreo mi café mientras admiro un rayo de sol que se cuela sobre la mesa y dibuja el arcoiris sobre la servilleta de hilo.
Dos días de montaña y regresaremos a París. De ahí cambiaré el exclusivo aeropuerto de Le Bourget por el comercial de Orly para regresar a España donde me esperan dos semanas de vacaciones. Quizás me queda un par de días en Barcelona de compras... Luego lo pensaré. Es hora ya de que L. regrese de las pistas con su madre y nos toca lección de español. Adoro a este niño. Ser su gouvernante me da acceso a un mundo que de otro modo sólo había intuido en las páginas del Hola que por otro lado nunca me había interesado.
Pero L, esa cosita rubia con sus ojitos azules repitiendo "lunes, martes, miércoles" y aprendiendo el alfabeto en español, me compensaba de tantos viajes de avión, cambios de hotel y despertares hoy en Viena, mañana en Ajaccio, pasado en París...
Y la vida sigue...


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