viernes, 5 de agosto de 2016

LA VECINA DE LA YOLI DEL GANCHO

  • Este es el primer texto que escribo tras años de evitar juntar letras. Gracias, Pilar G. por ser mi amiga. 

A veces es complicado retomar un blog cuatro años más tarde. Para entonces estaba menos viajada y más leída. Mi mundo comenzaba y terminaba en el barrio del Gancho de Zaragoza y toda mi energía la ponía en intentar mejorar el medio en el que vivía. Mi vida transcurría tranquila, en una especie de tribu compuesta, esencialmente,  por prostitutas y asistentas sociales.

Yo iba mucho con la Yoli, conocido travesti del barrio del Gancho, que era mi vecina del primero y por aquel entonces estaba viva y puteando,  Se ponía  frente a la garita de la ONCE de Conde Aranda a partir de las 3 de la mañana, los días que los abuelos cobraran la pensión, con una peluca que le había regalado yo y aquellos tacones imposibles. 

Todo esto lo escribo como homenaje a la Yoli, que se acaba de morir en Huesca, en la residencia de los Padres de la Cruz Blanca, estado yo ya afincada en París, trabajando como profesora de español. en un ambiente de lujo y refinamiento. Los extremos se tocan.

Pero mis  años en aquel guetto de prostitutas, ex convictos,  y hasta asesinas, a la que llegaría a querer  más que a gente de mi propia familia de sangre, me marcaría de por vida. Si ustedes se preguntan que lleva a esa situación de exclusión social a una periodista más o menos conocida, me volveré a quedar en blanco. ¿Cómo acabé en aquel guetho? Es una larga historia que no creo que cuente jamás.

Confieso pues, que antes de de irme a vivir a París, ciudad en la que resido desde hace años,  de viajar en aviones privados y disfrutar de lujo y el refinamiento, yo era la vecina del primero del piso de la Yoli.

Yo ocupé la vivienda social de un muerto, el Martín, que llevaba silla de ruedas y a su muerte reventó y dejó todo el piso lleno de sangre, Yoli dixit. Porque no lo echaran a la fosa común con un anillo bueno, de "colorao" macizo, la noche que murió  Martín, la novia, que era manca, le pidió a la Yoli que le cortara el dedo, pero a la Yoli le dio más dentera que interés por el oro. De pena de pensar en el colorao lloraba cuando enterraron al Martín, contaba.

Yo llegué a ese edificio propiedad de la Sociedad Municipal de la Vivienda por error. Me encontraba sin ingresos, arruinada por una crisis tremenda y no veía salida a nada. Ese año el Ayuntamiento había olvidado entregar 50 pisos a necesitados y me avisó una amiga para que echara los papeles. Me los aceptaron y decir que aquel fue un pasaje al infierno, el decir poco. Lo el tiempo me llegaría a sentir muy cómoda en el infierno y si salí de allí años más tarde fue solo por causalidad.

Contaba que cuando yo llegué a vivir a la calle Pignatelli acababa de morirse la vecina del tercero,  "La Inés que en paz descanse". También prostituta, Lo curioso de Inés que es tenía más de 60 años, clientes fijos y bastante viejos a los que cada vez se les hacía más difícil subir los tres pisos y por eso a veces no podían cumplir, es que trabajaba con una palangana gris en la cabeza. Desde que se levantaba hasta que se acostaba no sacaba la cabeza de debajo de la palangana porque víctima de varias politoxicomanías, tenía el hígado macerado en alcohol y venía bichos caer del cielo. De ahí la palangana en la cabeza, 

En el segundo piso vivía la Yoli que nació chico, pero se fue volviendo chica. Hablaba raro y tenia un ligero retraso pero era viva y dos pasiones en su vida: el dinero y el sexo. El corazón se lo había roto su proxeneta hace muchos años ya. Pues bien, Yoli tenía muchos clientes fruto de muchos años de golfería, e incrementó con los de Inés que no conseguían llegar hasta el tercero.
La Yoli era fea pero resultona. Estaba tan llena de femineidad que en dos minutos convencía de que era una mujer de bandera.

Y en primer piso, en un mes de enero frío como pocos, entré a vivir yo. Había nieve en la puerta y unos del barrio pinchándose heroína en el rellano. Subí el primer tramo de escaleras deseando que aquello fuera solo una pesadilla. Que mi revista no se hubiera arruinado y me debieran tanto dinero ls instituciones. Que no me hubieran echado de televisión porque había que reconocer a los de Prisa. Que no había perdido mi casa, mis ingresos. Mis ganas de vivir.

Vestida y con un abrigo y una manta por encima, sin dinero aún para pagar el enganche del gas ciudad, tiré un colchón al suelo, ante la puerta, - el ayuntamiento nos prohibía poner cerrojo - muerta de miedo por los ruidos y golpes que escuchaba. Tomé dos pastillas para dormir y perdí el contacto con la realidad. Mi último pensamiento fue ¿qué hacía una periodista como yo en aquel lugar miserable, frío, húmedo y rodeada de gente que se moría en un par de años.

-"Yo me iré antes de que pasen dos años", musité.

Ignoraba que los años próximos iban a ser increíbles, que iba a adoptar una "abuelita", que me daría compañía y afecto. Abuelita de pelo blanco peinado en moño tirante que había cumplido 12 años presa en Yeserías por matar a puñaladas a uso marido. Los periódicos le habían sacado un mote:"La asesina de la Pensión del Portillo". Ella lo repetía muerta de risa: "soy famosa", mientras cosía y cosía para la gente del barrio. El resto de dinero lo ganaba revendiendo diazepanes y demás productos para cortar la cocaína a varios mangantes que se dedicaban al trapicheo. Quise tanto a la Juanita que cuando murió viví un duelo real. 

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